Sonia Lemos: “Aprendimos a no agachar más la cabeza”.

#HistoriasDeMujeresSindicalistas – CTA – A MISIONES / Montecarlo.

(Por Ana Flores Sorroche) Sonia Lemos, secretaria general del Sindicato de Tareferos, trabaja en los yerbatales desde los 12 años. Su búsqueda por mejorar sus duras condiciones de vida y la de sus vecinos la llevó a reclamar lo que les corresponde. “Aprendimos sobre el respeto del patrón al personal, lo mismo los compañeros hacia las mujeres. Fuimos ganando más derechos”, asegura.

Sonia Lemos es misionera, nació en la colonia Cuatro Bocas, uno de los barrios de la zona, “es la villa de la Cooperativa Agrícola”, explica sin vueltas. El centro urbano referente es Montecarlo, una ciudad cuyo nombre proviene de la propiedad de la tierra, “Los montes de Carlos”. Primero por uno, luego por otro, un Don Carlos que se erigía como dueño y explotaba las inmediaciones, buscando especialmente madera y en la producción agrícola, sobresalieron los yerbatales.

Esta entrevista tuvo algunas dificultades al comienzo por fallas técnicas. Sonia, imperturbable ante los inconvenientes, siempre amable, enfocada, siguió adelante sin perder el hilo. De fondo se escuchaba a algún nieto que la reclamaba por algo, o la olla en la cocina. “Es que los fines de semana vienen todos”, comenta al pasar. }

Y “todos” podría ser mucho decir. Sonia creció en una casita de madera, junto a sus 9 hermanos menores. “Yo era como la mamá de ellos, tenía que cambiarles, bañarles, tenía que estar atenta.” Los peligros eran muchos y ella, aunque no tuviera tiempo para ejercer su infancia, seguía siendo una nena esforzándose por sacar la casa adelante todos los días. “Fue una vida muy triste, no teníamos luz, usábamos kerosene, no había cocina a gas ni a leña, cocinábamos con fuego directo, lavábamos la ropa en el río.” La deserción escolar es frecuente en la zona y ella no fue la excepción, dejó la escuela en segundo grado y se dedicó a cumplir con las tareas domésticas y de cuidado que nadie más hacía. Su madre y su padre solían desaparecer durante el día tras el fútbol y el alcohol, sin horario de llegada. Todos problemas que también son frecuentes en la región. “A veces a la noche teníamos miedo, nos quedábamos esperando que llegaran y cuando llegaban por ahí se peleaban entre ellos, o con algún vecino. A veces era peor que volvieran.” Su padre solía violentar a su madre. Los refugios para escapar eran irse abajo de la casa, que estaba levantada por las crecidas, esconderse en el monte o correr a la casa de la abuela. “Son recuerdos muy duros. Lo que yo puedo reflexionar sobre eso es evitar repetirlo con mis hijos.”

Familias tareferas

Como todas en la zona, su familia es tarefera. Trabajadores rurales que cosechan, quiebran, acarrean la yerba mate que luego infusiona todo el país. En el año 1992, a sus 12 años, su padre empezó a tener episodios de epilepsia y ella entró a trabajar a la cosecha como ‘guaino’, para asistirlo. El padre cortaba la yerba con tijera y ella la quebraba. Los guainos son considerados “ayudantes de la familia”, suelen ser mujeres y niños o niñas, no se les paga aparte, permiten trabajar más rápido y mejor, juntar más kilos y cobrar más para la casa.

Durante los meses de cosecha, las cuadrillas duermen en campamentos, separando a varones de mujeres y cada semana o cada quince días vuelven a sus casas a estar con sus familias. En ese momento, Sonia con 12 años compartía la carpa con unas vecinas.  

La jornada empieza a las 5 de la mañana y termina de noche. El día se aprovecha al máximo porque se trabaja a destajo por seis meses entre marzo y agosto. En ese entonces, la forma de pago era a través de órdenes de compra: “No nos daban efectivo. La cooperativa daba una ‘mascarita’, que se le decía antes, y se gastaba en la cooperativa de ellos mismos.” Con ese vale se aprovisionaban de mercadería para la casa y para llevar al campamento, y sumaban un paquete de masitas y una gaseosa para compartir entre todos. “Era una miseria, mucho peor que ahora.”, recuerda.

A los 15 años se fue a vivir con su actual compañero, a quien conoció en el mismo barrio. Juntos, tienen cuatro hijos y tres nietos. “Me crié con ellos directamente porque tengo un hijo de 23 años.” Una de sus hijas logró terminar el secundario, los demás se fueron a trabajar. “Ellos quieren cosas que nosotros no les podemos comprar, quieren sus zapatillas, sus cosas. Nosotros íbamos a la escuela descalzos o en ojotas. Yo pienso que es mejor ahora, aprendí mucho en este camino que llevo recorrido con el sindicato.” Sonia rescata sobretodo los derechos conseguidos “Antes no existían los derechos de la niñez, de las mujeres. Antes eran sumisas, había que callarse, agachar la mirada y hacer lo que los padres decían. Eso ahora es totalmente diferente.”

Cuando ya tenía dos hijos, se puso a vender ropas, empanadas, marinera, choripan. “Nunca me quedé, siempre me las ingenié para aportar algo a la casa.”  Cuando el mayor cumplió 5 años, aproximadamente por el año 2001, volvió a la cosecha. Y así pasaron años hasta que ocurrió algo que le abrió otro camino. 

“Aprendimos a no agachar más la cabeza”

En un teje y maneje del intermediario repartieron recibos de sueldo con cero pesos. “Fue una transfugueada de la ANSES con la contratista. La cooperativa después de varios reposos y accidentes no se quiso hacer más cargo y fue pasando a los tareferos a contratistas.” El conflicto finalmente se resolvió. Hace como 10 años ganaron un juicio del que por ahora les pagaron sólo la mitad de lo que indicó el juez, pero ese fue el inicio de su vida sindical. 

Entre 2008 y 2009 se había formado el Sindicato de Tareferos, Trabajadores Temporarios y Desocupados: “Los compañeros tareferos de Guatambú venían viendo cómo armar un sindicato para que cada trabajador aprenda sus derechos, aprenda su recibo y aprenda lo que el contratista debería pagarle a cada uno.” Por lo que cuando surgió el conflicto con la ANSES, se acercaron del sindicato a ver cómo podían ayudar para reclamar por el asunto. Así fue que se sumó al corte de la ruta 12 y empezó a escuchar al referente, el profesor Rubén Ortiz. “Me fui metiendo, capacitando. Me gustó y me gusta lo que hago. Aprendimos sobre el respeto del patrón al personal, lo mismo los compañeros hacia las mujeres. Fuimos ganando más derechos.”, resalta Sonia.

Las diferencias físicas quedan expuestas en cualquier trabajo forzoso. Quienes tenían cuerpos más pequeños o débiles se las tenían que rebuscar en forma colaborativa, a ‘muque’, es decir, cargando los bolsones de yerba entre varios y quienes son más fuertes cargan los raídos en la espalda. Se trata de bolsas de arpillera o ‘ponchadas’ atadas con 100 kilos de yerba adentro. Los varones suelen ganar más, cortan más rápido con la tijera, con el serrucho, cargan el camión. “Cuando vos hacés un raído, ellos llevan ya dos o tres.”, compara.

Lo primero que hizo cuando entendió que los recibos de sueldo estaban mal y no les estaban pagando lo que les correspondía fue hacer reuniones de mujeres tareferas. Empezaron a participar en grupo de los cortes de ruta, a compartir lo que aprendían “Aprendimos a no agachar más la cabeza”.

Este lunes sin ir más lejos tendrán una charla sobre violencia de género en todos los ámbitos, familiar, en el trabajo “Se hace cada mes para que cada compañero sepa lo que se está viviendo el día a día. Los varones cambiaron bastante, antes por ejemplo el padre estaba siempre ausente. Si había reuniones de padres iba siempre mamá, papá estaba para el trabajo y para dar órdenes. Padres de 2008, 2009, nunca se sentaban a tomar un tereré, un mate con los hijos. A partir del sindicato se aprendió mucho, ahora se los ve conversando. La verdad que es muy lindo.”

Al año siguiente, en 2010 consiguieron carritos para cargar los raídos, el enganchador para subirlos al camión, ropa de trabajo, zapatones. En ese momento el secretario general era Cristóbal Maidana, que terminó haciendo un sindicato aparte. “Nos costó salir adelante de eso. En el 2017 quedé yo como secretaria general y ahí vamos luchando.”

Zafra, pandemia y después

“Ahora está muy complicado, no hay zafra (dura desde marzo hasta agosto) y trabajo casi no hay. Estamos todos desocupados, algunos consiguen changuitas como pueden ser carpidas, macheteadas y plantación de ramas, hay cooperativa de almidón y hay que mantener limpias las mandiocas. Pero no te imaginás como siguen explotando los colonos a los trabajadores. Están pagando $600, $700 por día, es un abuso”. 

Sonia reclama que haya controles del ministerio de Trabajo pero le responden que no tienen suficiente personal, que son 4 o 5 y no llegan a cubrir la provincia. “Yo siempre les digo que tienen que estar cuando hay cosecha y cuando no hay cosecha también, porque se abusa, juegan con la necesidad de la gente. El ministerio está ausente. Si son pocos tiene que haber otra manera. La gente vive esclavizada, a la manera de los colonos. Esto tiene que cambiar.” Y respecto al Gobierno nacional, el pedido circula en torno a que el precio de la yerba esté antes de empezar la zafra, porque una vez que empieza y ya están trabajando, el contratista ya no te quiere pagar más nada. 

Y tienen diversos métodos para evitar las quejas, principalmente las listas de quienes reclaman, a esos se les impide trabajar: “La cooperativa de Montecarlo tiene listas en rojo. Si vos aparecés en esa lista el contratista no te puede subir al camión, no te quiere llevar. Por reclamar lo que te corresponde, fijate vos qué locura. Te dicen que sos buen trabajador pero no te puede llevar porque después no puede meter la yerba en el secadero de la cooperativa. Este año hubo como 7 cuadrillas que quedaron afuera porque había compañeros que denunciaron al contratista Eladio Barreto, entonces la cooperativa hizo esa lista. Así es en la provincia de Misiones. Nosotros no tenemos nada.”

Hace poco estuvieron dos semanas reclamando para que el Interzafra, ahora Intercosecha sea igual al IFE. A los trabajadores temporarios en blanco, entre cosechas el Gobierno nacional pagaba $2.300 por mes durante cuatro meses “Eso no alcanzaba ni para pagar la luz, pago tres mil quinientos de luz. Ahora lo aumentaron a $7.000, se iba a empezar a cobrar a partir de noviembre pero todavía no se cobró.”

Las tierras

El reclamo es extensivo al acceso a la tierra. “Acá hay empresarios grandes que manguean tierras fiscales, las toman, hacen sus plantaciones y nadie les dice nada. Persiguen a la gente humilde, que agarra una hectárea, media hectárea, para poder sobrevivir con nuestro producto y nos hacen problema, nos dicen usurpadores. A los que agarran miles de hectáreas no dicen ni hacen nada. Eso es lo que te duele. El poder está siempre al lado del poder. Deberían estar junto a la gente humilde.” 

Sonia trabaja la tierra, todas las tierras, alimenta a su familia, a sus vecinos con el fruto de su esfuerzo, de su chacra, sin agrotóxicos. “Ahora le ponen veneno a la yerba, que mata los yuyos pero también nos mata a todos. Esa yerba se consume.” Y también mata el trabajo rural. Con esos venenos, los empresarios se ahorran los ya magros salarios de las y los tareferos, pero nos llenan el cuerpo de tóxicos peligrosos. “Ahora vienen por la tierra y nosotros no vamos a dar el brazo a torcer porque si yo no tengo mi chacra para comer, para vender, ¿de qué vivo cuando no hay zafra? Si yo de eso estoy comiendo. Acá en Montecarlo el municipio debería empezar a ver de resolverlo de otra forma para la gente que quiere trabajar, quiere plantar, que le den una posibilidad a la gente de que pueda tener su tierra, ir pagando de a poco. Si no, vamos a un desastre social.”

En el 2016, el director Diego Marconi, hizo un documental que fue premiado en el festival BAFICI, en Buenos Aires. En poco más de una hora plasma su experiencia a lo largo de un año de convivir con una familia tarefera. Los protagonistas son precisamente los hermanos Lemos. En un tono cotidiano, descontracturado toca temas sensibles que vale la pena ver para comprender mejor. 

FUENTE: infogremiales.com.ar – 15/11/2020